lunes, 24 de diciembre de 2007

El ladrón de Musas




Y de repente, todas ellas se esfumaron, se elevaron, y se disolvieron, como el humo de un cigarro aliñado que va descolocando de uno a unos mis sentimientos.
No, yo no soy de esos, no señor...

No soy uno de esos patanes que se revuelven en su propia crapulencia, escondidos, casi a traición, hartos de esperar encontrar una musa, para, encerrándola en la más cutre de las habitaciones del más cutre de los moteles, hacerla suya, robándole la inspiración que seguro ansía algún otro primo del imperio de las letras.

Cada vez que conozco una musa, tengo la sensación de que se irá, como vino, y cada vez se quedará menos conmigo. No, yo no trato a la musa como una naranja en un exprimidor, primero trato de saborear su apariencia, y después, cada trocito de su piel. Y cierro los ojos, y cuando los abro, se ha ido al mejor postor de sueños e ilusiones ambiguas.

¿Dónde están las musas? Las de verdad hace tiempo que se fueron, y no dejaron más que una fina estela plateada a modo de camino para seguirlas, pero el camino es tan largo y confuso... Nunca termina, nunca las encuentro, y por el camino, trato de apañarme con pseudomusas de fin de semana, traficantes de inspiración momentanea, que se marcha por la noche sin hacer ruido, mientras duermo, escapando de mi abrazo eterno, ansioso de poseerlas todas y cada una de ellas.

Por una vez, no robes la piedra angular de mi tinta. "No escribas con sangre versos que jamás podrás borrar, solias decirme". ¿Y donde estás ahora? "En mil pedazos mi alma rompí, en tantos pedazos como lágrimas derramé por ti".

Y al acecho en mis sombras seguiré, una vez más, lo que está muerto no puedo morir...

domingo, 9 de diciembre de 2007

Hijo de tal

Había una vez un hombre, que había luchado toda su vida para ser arquitecto, le había llevado años de estudio y sacrificios, para él y para toda su familia. Este hombre había engendrado un hijo, y este hijo se crió en la riqueza que su padre, con todo su sudor, había conseguido juntar. Pero el hijo en vez de seguir el ejemplo de su padre, disfrutó de las riquezas en su propio provecho, no trabajaba y solo gastaba dinero, en coches, ropas, mujeres, fiestas...

Cierto día, estando el padre en la obra, dirigiendo a los encofradores, el hijo llegó en un flamante coche deportivo. Divisó a su padre en lo alto de la construcción, instruyendo a los trabajadores.

-Papá, he venido a por dinero, necesito 200 euros.
-Si los quieres, sube aquí, que veas como gana tu padre el dinero...

El hijo subió, pero cuando se vió tan alto le empezó a dar miedo de las alturas. Todos los que estaban allí arriba trabajando empezaron a reir, pero el padre, en un claro gesto paternal, sujetó al hijo para que no cayese al suelo, y le dijo:

-Mira hijo, el sueño de todo padre no es que su hijo siga necesariamente su camino, si no que en vez de que a tí te llamen el hijo de tal,que a mí me llamen el padre de tal, porque hayas llegado lejos en esta vida, el mejor aprendiz es aquél capaz de superar a su maestro. Y toma, 200 euros, gástatelos, pues tu padre es capaz de ganarlos.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

La princesa de las venas cortadas




El sonido una ambulancia me saca de mi mundo, y cruelmente, vuelvo a la realidad. El viejo barrio de chabolas, el feo de la película con quien nadie quiere bailar, pero donde todos se refugian en momentos críticos. Allí donde viste amanecer por última vez. Un rancio amanecer, pero un amanecer, al final...
Apenas puedo acercarme a la chabola, la multitud se concentra delante de la salida, tal vez, muchos de ellos conscientes de que su destino no es tan diferente del tuyo, ni siquiera tan poético. Sobre la camilla, y cubierto, sale tu cuerpo, inerte, como los árboles de otoño cuando contemplan la caída de sus hojas, y como estas, se alejan de ellos, impotentes perdedores del ocaso.
Te juro que no lo pude evitar, una lágrima salió de mi ojo, y fue a morir a mis labios, esos que decias que daban el mejor cuelgue...

Eras una de esas pocas personas que están destinadas a comerse el mundo, y no al contrario... cuando te conocí supe que eras especial por tu forma de mirar, siempre atenta, interesante... Querías ser abogada, luchar por los menos favorecidos, los que siempre tuvieron un lugar en tu corazón, incluso en las horas bajas, incluso en los momentos en los que cualquier persona sería egoista por debilidad. Guapa, de rasgos finos, de familia acomodada, de honorosos principios, de tan turbio final...
Todo empezó como un juego, tu primer porro. Nos daba un buen cuelgue, con música de fondo, risas contagiosas... y ese solo fué el primer escalón de los muchos que subiste, para luego caer a lo más bajo.

A medida que pasaba el tiempo, la cosa fué a más, estuviste en lugar menos adecuado en el momento equivocado, conociste a quien no debías y te hiciste caso de los menos indicados. No había quien te reconociese... Noches de fiesta con puestas de sol, finas rayas de coca en bandejas lujosas, despertar al mediodía con la cabeza dolorida sin recordar la noche anterior. Si, cambiaste, pasaste de tus amigos, de tu familia, en una espiral autodestructiva... Rechazaste a los tuyos, el espejo te devolvía la mirada de un ser despiadado. Y entonces lo conociste a él. Y él nos alejó definitivamente a los dos. El caballo galopaba pausadamente por nuestras venas, surcando nuestros cuerpos. Unas veces en la calle, otras en los bares, otras en casa... Cucharas de plata. Una generación podrida. Yo no podía seguir así, tenía que cambiar, tenía que ser yo. Pero tú no me permitirias salir del infierno de jeringuillas en el que nos metimos. Un día fuí valiente, te dije que te odiaba, que me iba, que no quería volver a verte...

No volví a saber de tí. Cada uno siguió por un camino diferente, y mientras yo me rehabilitaba no sabía que sería de tí. Te prometo que casi te olvidé, empecé una nueva vida, ya sabes, te rehabilitas, te casas y te reproduces por esporas, o eso dicen. Cuando de repente, fué en aquel semáforo... Miré por el retrovisor, y allí estabas, en aquella rotonda, ¿De verdad eras tú?, ¿Cómo es posible?... Eras tú y al mismo tiempo no lo eras... Consumida por el beso de la muerte, vendiendo tu cuerpo para conseguir un misero chute, dos, tres... Muerta viviente, esqueleto humano de despojos, la reina de las miserias venidas a menos. Me negaba a creer que fueras tú, no era posible... Aceleré y me convencí a mí mismo que no eran más que visiones. Pero esa noche recordé aquello que repetías cada vez que te envenenabas la sangre: el mejor cuelgue me los dan tus besos... ¿Te referías a los míos? Ahora entiendo que te referías a los que te daba cualquier jeringuilla. Besos al mejor postor.

Suena el teléfono... tu hermano. Habías muerto, sobredosis, como tantos otros. Al menos te dieron un beso de buenas noches, unas buenas noches eternas. Y ahora que contemplo tu cuerpo entrando en la ambulancia, sigo sin creerme que tu vida haya sido esta, la de la princesa de las venas cortadas, reina de las miseras, la más bonita de la ruina.